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lunes, 15 de octubre de 2012

Durante la Segunda Intervención Norteamericana a México en 1914



La Anécdota  ( Don Ángel Díaz Durán, Parte II )




Investigación, Anécdota y Redacción: José Antonio Jiménez Díaz



Mi abuelo nos contaba sin ocultar sus emociones, las vivencias de esos días – el de la batalla y los posteriores – nunca olvidados hasta el fin de sus días. Nos recreaba los detalles, acompañados de expresiones que él empleaba, y decía:

– oh verás, oh verás – 

Sus ojos brillaban, los entornaba, juntaba las manos para soplar, y agitaba los dedos para emitir sonidos, luego continuaba.

– Pasada la media mañana estábamos trabajando reparando las puertas de una casa (él era carpintero) cuando de pronto boom, boom, boom – los impactos y estallidos cimbraban las paredes y rompían los vidrios.

– Hijo de la gran puta, qué cerca cayeron – expresión muy empleada por nuestro personaje cuando algo le impresionaba. 
               
Las balas de cañón impactaban en las casas y las paredes volaban en pedazos. Ahora sabemos que los disparos procedían de embarcaciones norteamericanas que estaban fondeadas dentro y fuera de la bahía que no cesaban de bombardear; los calibres eran de grandes dimensiones por tanto, su poder destructivo era demoledor.

– ¿y qué hiciste abuelito? – le preguntábamos.

Los ojos de mi abuelo volvían a recobrar ese brillo, y se llevaba las manos a la boca para silbar, moviendo los dedos, y continuaba narrando.

– Pos buscar refugio, pero no había mucho a dónde ir – Mientras, el bombardeo continuaba inmisericorde, cobrando vidas y destruyendo casas y edificios. 

– ¿Y por dónde estabas abuelito? –  

– Cerca de Pescadería, por ahí unos señores de una casa grande nos gritaron que los gringos nos estaban invadiendo y que era necesario defender a la patria entonces, sacaron pistolas y cajitas con balas, de esas que llamaban de la U, y nos repartieron como a otras 6 personas para enfrentamos – 

– ¿Y luego abuelito, y luego qué hicieron? – 

– Oh verás, oh verás –  

– Nos fuimos rumbo hacia la playa, nos cubrimos detrás de montículos de piedra, eran de las paredes de casas, desde ahí les disparábamos a los soldados que nos estaban invadiendo –
  
– ¿y luego qué hiciste abuelito? – seguíamos preguntando.  

– Las bombas, balas de ametralladoras y máuser nos caían muy cerca, no cesaban, tenía mucho miedo, sed, el calor muy intenso. Era un infierno; había cadáveres por doquier, heridos mutilados gritando y pidiendo auxilio. –  

– Usé la pistola, disparé como 35 o 40 tiros, pos ya no teníamos más. Le pegué a varios gringos pero no me puse a contarlos. Entonces, mejor nos fuimos a ayudar a los que estaban heridos. Cuidándonos de las balas y las bombas cargamos a varios para dejarlos en casas más alejadas. A otros los llevamos a una barbería, La Universal, de Don Miguel García Rendón, que estaba en Landero y Cos para que ahí los curaran  –

– ¿Y luego abuelito, y luego? – 

– Oh verás, oh verás – Seguía narrando mi abuelo. 
 
– Ya eran como las 2 de la tarde. Poco podíamos hacer, los gringos ya estaban en el centro y eran bastantes. La escena era deprimente con tantas casas derruidas, muertos, heridos, sangre, humo. Tenía harto miedo, cortadas en la cara, brazos y manos, sucio, sin parque, y aquellos andaban bravos buscando con quién desquitarse. Mejor nos fuimos a la casa, allá por Guerrero, para esperar la noche – 

– Ay abue, pobrecito – Nos consternaba ver su semblante.

Después de una desigual y cruenta lucha los invasores tomaron Veracruz; ocupada la ciudad, el Almirante Fletcher decretó la ley marcial e intervino los edificios y servicios públicos.

– Los siguientes días fueron de angustia al no saber de algunos parientes y amigos, pasamos hambre, no teníamos dinero, lloramos nuestra desgracia. Los yanquis entraban a las casas buscando armas, sobre todo en lugares en que les disparaban, apresaban a los hombres y se los llevaban, si oponían resistencia ahí los mataban –.

Pasaron varios meses de ocupación militar y fue hasta el 23 de noviembre del mismo año en que los invasores abandonaran la plaza. Se embarcaron y partieron a su patria, dejando atrás una huella de infamia. 


Por el acto patriótico de sus defensores, a la ciudad de Veracruz le fue otorgada su cuarta H, de heroica, mediante el Decreto Presidencial Nº 73, del 16 de diciembre de 1948.
Además, el Congreso de la Unión emitió un Decreto el 19 de enero de 1949 para inscribir con letras de oro, en los muros del Salón de Sesiones de la Cámara de Diputados, la leyenda “A los Defensores de Veracruz en 1914” 

                Antes de concluir, quiero hacer referencia al fragmento de una estrofa de nuestro Himno Nacional: …mas si osare un extraño enemigo profanar con su planta tu suelo, piensa oh Patria querida que el cielo, un soldado en cada hijo te dio…

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