La Anécdota ( Don Ángel Díaz Durán, Parte II )
Investigación, Anécdota
y Redacción: José Antonio Jiménez Díaz
Mi abuelo nos contaba sin ocultar sus emociones, las
vivencias de esos días – el de la batalla y los posteriores – nunca olvidados
hasta el fin de sus días. Nos recreaba los detalles, acompañados de expresiones
que él empleaba, y decía:
– oh verás, oh verás –
Sus ojos brillaban, los entornaba, juntaba las manos para
soplar, y agitaba los dedos para emitir sonidos, luego continuaba.
– Pasada la media mañana estábamos trabajando reparando las
puertas de una casa (él era carpintero) cuando de pronto boom, boom, boom – los
impactos y estallidos cimbraban las paredes y rompían los vidrios.
– Hijo de la gran puta, qué cerca cayeron – expresión muy
empleada por nuestro personaje cuando algo le impresionaba.
Las balas de cañón impactaban en las casas y las paredes
volaban en pedazos. Ahora sabemos que los disparos procedían de embarcaciones
norteamericanas que estaban fondeadas dentro y fuera de la bahía que no cesaban
de bombardear; los calibres eran de grandes dimensiones por tanto, su poder
destructivo era demoledor.
– ¿y qué hiciste abuelito? – le preguntábamos.
Los ojos de mi abuelo volvían a recobrar ese brillo, y se
llevaba las manos a la boca para silbar, moviendo los dedos, y continuaba
narrando.
– Pos buscar refugio, pero no había mucho a dónde ir –
Mientras, el bombardeo continuaba inmisericorde, cobrando vidas y destruyendo
casas y edificios.
– ¿Y por dónde estabas abuelito? –
– Cerca de Pescadería, por ahí unos señores de una casa
grande nos gritaron que los gringos nos estaban invadiendo y que era necesario
defender a la patria entonces, sacaron pistolas y cajitas con balas, de esas
que llamaban de la U, y nos repartieron como a otras 6 personas para
enfrentamos –
– ¿Y luego abuelito, y luego qué hicieron? –
– Oh verás, oh verás –
– Nos fuimos rumbo hacia la playa, nos cubrimos detrás de
montículos de piedra, eran de las paredes de casas, desde ahí les disparábamos
a los soldados que nos estaban invadiendo –
– ¿y luego qué hiciste abuelito? – seguíamos preguntando.
– Las bombas, balas de ametralladoras y máuser nos caían muy
cerca, no cesaban, tenía mucho miedo, sed, el calor muy intenso. Era un
infierno; había cadáveres por doquier, heridos mutilados gritando y pidiendo
auxilio. –
– Usé la pistola, disparé como 35 o 40 tiros, pos ya no
teníamos más. Le pegué a varios gringos pero no me puse a contarlos. Entonces,
mejor nos fuimos a ayudar a los que estaban heridos. Cuidándonos de las balas y
las bombas cargamos a varios para dejarlos en casas más alejadas. A otros los
llevamos a una barbería, La Universal, de Don Miguel García Rendón, que estaba
en Landero y Cos para que ahí los curaran
–
– ¿Y luego abuelito, y luego? –
– Oh verás, oh verás – Seguía narrando mi abuelo.
– Ya eran como las 2 de la tarde. Poco podíamos hacer, los
gringos ya estaban en el centro y eran bastantes. La escena era deprimente con
tantas casas derruidas, muertos, heridos, sangre, humo. Tenía harto miedo,
cortadas en la cara, brazos y manos, sucio, sin parque, y aquellos andaban
bravos buscando con quién desquitarse. Mejor nos fuimos a la casa, allá por
Guerrero, para esperar la noche –
– Ay abue, pobrecito – Nos consternaba ver su semblante.
Después de una desigual y cruenta lucha los invasores
tomaron Veracruz; ocupada la ciudad, el Almirante Fletcher decretó la ley
marcial e intervino los edificios y servicios públicos.
– Los siguientes días fueron de angustia al no saber de
algunos parientes y amigos, pasamos hambre, no teníamos dinero, lloramos
nuestra desgracia. Los yanquis entraban a las casas buscando armas, sobre todo
en lugares en que les disparaban, apresaban a los hombres y se los llevaban, si
oponían resistencia ahí los mataban –.
Pasaron varios meses de ocupación militar y fue hasta el 23
de noviembre del mismo año en que los invasores abandonaran la plaza. Se
embarcaron y partieron a su patria, dejando atrás una huella de infamia.
Por el acto
patriótico de sus defensores, a la ciudad de Veracruz le fue otorgada su cuarta
H, de heroica, mediante el Decreto Presidencial Nº 73, del 16 de diciembre de
1948.
Además, el
Congreso de la Unión emitió un Decreto el 19 de enero de 1949 para inscribir
con letras de oro, en los muros del Salón de Sesiones de la Cámara de
Diputados, la leyenda “A los Defensores de Veracruz en 1914”
Antes
de concluir, quiero hacer referencia al fragmento de una estrofa de nuestro
Himno Nacional: …mas si osare un extraño enemigo profanar con su planta tu
suelo, piensa oh Patria querida que el cielo, un soldado en cada hijo te dio…
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